Madrugadores de Providencia

Avatargrupo abierto de varones que se asemejan a una reunión de publicanos y pecadores en torno a la mesa con Cristo, cada sabado por medio a las 7am a rezar, celebrar una Liturgia y compartir un desayuno.

“SEÑOR, ¿A QUIÉN IREMOS? SOLO TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA” (Jn 6,68)

ELEMENTOS PARA UN DISCERNIMIENTO
ESPIRITUAL Y PASTORAL ANTE LOS ABUSOS
A MENORES

PRESENTACION.

Nuevamente en estos últimos meses hemos sido remecidos, confundidos y más de alguno, decepcionado y entristecido, por las noticias referidas a sacerdotes, incluso obispos, relacionados con temas de abusos a menores. Hace pocos años se comenzó a abrir esta especie de “caja de pandora” y han salido pública y escandalosamente estas noticias.

Como hombres y mujeres creyentes nos volvemos hacia el Señor para preguntarle cómo debemos afrontar estos hechos. Es normal y sano que nos sintamos remecidos por los acontecimientos que vamos viviendo; nuestra iglesia tiene mucho de madre y de casa, por lo tanto, hay teclas muy sensibles que tocan nuestro ser. Más aún, si se trata de personas consagradas,  rostros a veces cercanos, que  nos pudieron hacer mucho bien pero que ahora nos muestran, como en una pesadilla, su aspecto más tenebroso.

Tenemos que sacar, desahogar los sentimientos encontrados  pero también encausar, es decir, encontrar los lugares adecuados que nos permitan afrontar esta situación. Es bueno que en nuestras Comunidades eclesiales abramos espacios  para trabajar estos puntos. Ejercicio que tenemos que hacer todos los que formamos la Iglesia, laicos y consagrados, diáconos, sacerdotes y obispos. En una familia, si uno de los miembros tiene un problema grave, todos debemos encontrar los espacios de libertad adecuados para   buscar  los pasos a seguir,  según la voluntad de Dios.

Sin duda que todos estos hechos están produciendo una grave crisis en nuestra querida Iglesia y en su misión evangelizadora. Los Obispos norteamericanos la llaman una “crisis sin precedentes en nuestros tiempos”[1]. ¿Cómo enfrentar esta crisis desde la fe en la promesa de Cristo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20)?

 No dudamos de esta promesa de Cristo ni de la presencia del Espíritu en la Iglesia y en el mundo, pero sentimos la urgencia de descubrir las formas que toma esta presencia en la actual situación, los llamados a conversión que hoy nos está haciendo como personas y como comunidad eclesial respecto de nuestros estilos de vida, de nuestros modos de proceder en la pastoral, de nuestra forma de estar presentes en la sociedad. Urge, pues, hacer en nuestras Comunidades un serio DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL. Las páginas que siguen quieren ser una ayuda en este proceso.



Nos preguntamos:

·        ¿He podido expresar lo que siento cuando me entero por los medios de comunicación de los escándalos que han sucedido? ¿Cómo me deja todo esto?
·        ¿He buscado y encontrado lugares acogedores y positivos para expresar mis sentimientos?
·        ¿Cómo pasar de los sentimientos agresivos y rabiosos a la paz y justicia que construye, aclara y renace?

Fernando Tapia, pbro.                                          Juan Carlos Bussenius s.j.
Director del Departamento de Espiritualidad.   Sub-director del Centro de
Arzobispado de Santiago                                     Espiritualidad Ignaciana.


I. LLAMADO A LA COHERENCIA DE VIDA Y AL CUIDADO DE LOS DEBILES.

El Santo Padre Benedicto XVI ha manifestado en diversas ocasiones su consternación, su dolor y vergüenza frente a los abusos de menores, interpretando así los sentimientos de muchos de nosotros. Hace pocos días decía en su homilía en la Catedral de Westminster:
Pienso también en el inmenso sufrimiento causado por el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia. Por encima de todo, quiero manifestar mi profundo pesar a las víctimas inocentes de estos crímenes atroces, junto con mi esperanza de que el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traerá la curación profunda y la paz a sus vidas. Asimismo, reconozco con ustedes la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados; y los  invito a presentarlas al Señor, confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes. Agradezco los esfuerzos realizados para afrontar este problema de manera responsable, y les  pido a todos que se preocupen de las víctimas y se compadezcan de sus  sacerdotes”.[2]

¿Qué es lo que más nos duele, nos avergüenza y nos desconcierta? Son muchas cosas, pero la primera es indudablemente el daño causado a las víctimas y a sus familias, tal como el Papa lo señala en su homilía.

Nos duele también que esto haya sido hecho por sacerdotes y religiosos cuya vocación era cuidar el rebaño a ejemplo de Jesús Buen Pastor, y no abusar de él. Las consecuencias han sido devastadoras para todos. Lo dice el Papa a los responsables de estos actos criminales y pecaminosos.

“Han traicionado la confianza depositada en ustedes por jóvenes inocentes y por sus padres. Deben responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos. Han perdido la estima de la gente (…) y arrojado vergüenza y deshonor sobre sus hermanos sacerdotes o religiosos. Los que son sacerdotes habéis violado la santidad del sacramento del Orden, en el que Cristo mismo se hace presente en nosotros y en nuestras acciones. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa”[3].

Nos desconciertan  los errores cometidos por algunos Obispos para enfrentar decididamente estos hechos tan graves.

“No se puede negar que algunos de ustedes y de sus predecesores han fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. Reconozco que era muy difícil captar la magnitud y la complejidad del problema, obtener información fiable y tomar decisiones adecuadas a la luz de los pareceres divergentes de los expertos. No obstante, hay que reconocer que se cometieron graves errores de juicio y hubo fallas de gobierno. Todo esto ha socavado gravemente vuestra credibilidad y eficacia.”[4]

Sin duda que el primer llamado que el Señor nos hace es a ser coherentes con nuestra fe en el evangelio, con nuestra vocación cristiana y con nuestra misión de anunciadores de buenas nuevas para los pobres. La incoherencia culpable, es decir nuestro pecado, existe y está mostrando sus terribles consecuencias personales, sociales y eclesiales al punto que el Santo Padre ha afirmado que “los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de  aprender, de una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia”[5].





Nos preguntamos

  • Entre los seres humanos no existen solo los abusos sexuales. Hay también abusos psicológicos, espirituales, sociales, laborales, etc. ¿Reconozco en mí tendencias a abusar de otro(s) en algún sentido? ¿Cómo combato estas tendencias?
  • Los abusos –de cualquier tipo- se facilitan y perpetúan cuando la autoridad religiosa, política, o de cualquier otra índole, sabiendo de su existencia no interviene a tiempo. Así se hace cómplice o encubridora de los delitos.  ¿Descubro en mí complicidad o encubrimiento de algún abuso por temor o negligencia?

Textos bíblicos

Mateo 18, 1-7 : no escandalizar a los pequeños
Marcos 10, 41-45:Los grandes abusan  de su poder



II. LLAMADO A UNA CONVERSION SINCERA Y PROFUNDA.

Reconocer los propios pecados es una gracia de Dios que precede a la gracia de la conversión y del perdón que nos libera de las ataduras del pecado. Y es una gracia que hay que pedirla porque a veces nuestra conciencia está dormida o está ciega. Dice al respecto el Nuevo Catecismo: “El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz” (NC n.1865).

La tradición espiritual de la Iglesia está conciente de esto y por eso San Ignacio en el libro de los Ejercicios Espirituales sugiere al ejercitante que está reflexionando sobre sus pecados pedir a Dios la gracia de tener “un conocimiento íntimo de lo que han sido mis pecados en mi vida” (EE 63) y de “sentir un grande e intenso dolor y lágrimas por mis pecados” (EE 55). Este dolor profundo se produce porque el pecado implica una tremenda ingratitud hacia Dios Padre y, también, por las consecuencias destructoras que el pecado tiene tal como lo estamos viendo.

Por experiencia propia y ajena, sabemos que el pecado nos entristece, nos desanima, nos quita fuerza y entusiasmo apostólico. En el caso de sacerdotes o diáconos  provoca escándalo y pérdida o disminución de la fe en muchos cristianos que son débiles. A veces los lleva a mal usar, abusar o pervertir aun las cosas sagradas que el Señor les ha confiado como son el acompañamiento espiritual o la confesión. Considerando todo esto, nuestro dolor y nuestra vergüenza deben ser muy grandes para que desde el fondo del alma y con gran sinceridad podamos decir al Señor, como el publicano en el templo: “¡Oh Dios! ¡ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lc 18,14). Si no llegamos con lucidez a captar la hondura, la gravedad y la maldad del pecado, nuestra conversión será superficial o pasajera. No llegaremos a las raíces del mal, ni imploraremos de corazón la misericordia de Dios, ni tampoco valoraremos como corresponde el perdón del Señor cuando lo recibamos. La confesión será un rito más.

La misericordia de Dios con el pecador no sustituye la justicia. Hay necesidad de pagar y hacer penitencia por los delitos cometidos. Así nos purificamos. En el Cuerpo de Cristo somos solidarios en la santidad y en el pecado de sus miembros. De hecho, todos estamos haciendo penitencia por la traición de algunos: desprestigio ante la opinión pública, sospechas, ataques, disminución de la credibilidad, más dificultades para nuestra misión evangelizadora.

San Ignacio  recomienda en el libro de los Ejercicios hacer este examen profundo del pecado en nuestra vida, ante Cristo clavado en la Cruz, porque esa imagen nos hace presente su amor “hasta el extremo” (Jn13, 1), ése que hace exclamar a Pablo: “...me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). El está ahí por mí, y por todos los que son como yo, para decirnos que su amor no tiene límites y que siempre está dispuesto a darnos una nueva oportunidad, sea cual sea la situación en que nos encontremos. Él conoce, mejor que nosotros mismos, el daño profundo que nos produce nuestro pecado, el daño que nosotros producimos al cometerlo y la necesidad urgente de ser sanados de esas heridas.

Nos preguntamos:

  • ¿Estoy viviendo procesos de conversión verdaderos?
  • ¿Cómo estoy asumiendo el desprestigio que estamos viviendo como Iglesia?

Textos bíblicos:
Lucas 18, 9-14: la parábola del fariseo y del publicano
Salmo 51 (50): “Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad”.



III. LLAMADO A TOMAR MAYOR CONCIENCIA DE NUESTRA DEBILIDAD Y A SER MÁS HUMILDES.

Estos dolorosos acontecimientos nos han llevado a tomar consciencia una vez más de la debilidad humana.  Aunque muchos  de estos casos tienen que ver más con patologías, nos despertamos a la precariedad de lo que hacemos y somos. Ya lo decía San Pablo: “Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra” (2 Cor.4, 7).
Nos hemos enfrentado con la cara enferma, imprudente de los que tenían que estar defendiendo y ayudando a los pequeños. Esto indigna pero debemos ampliar la mirada abriéndonos a nuestras propias debilidades y como las trabajamos. Lo peor es ignorarlas y confiar exclusivamente en nuestras propias capacidades para enfrentarlas y superarlas.

¿Cuáles son las causas que hacen de la debilidad humana un camino ancho para el pecado?
Sin duda que la primera causa está en el alejamiento de Dios, en un descuido serio de nuestra salud espiritual, en un abandono de los medios de santificación que la Iglesia pone a nuestro alcance.

Una segunda causa es el aislamiento: poco a poco nos vamos alejando de los demás hermanos, dejamos de participar en la Comunidad y en los encuentros eclesiales, no buscamos tener acompañamiento espiritual, etc. Pero como no podemos estar tan solos, nos buscamos un grupo de incondicionales, en el caso de los sacerdotes son “los amigos del padre”, círculos a veces bastante cerrados que tienen el peligro de crear dependencias afectivas poco sanas.

Finalmente, la causa de fondo es la autosuficiencia que ciertamente está en la raíz de las dos anteriores: creer que yo me la puedo solo, que no necesito de nadie, ni siquiera de Dios. Por eso es que si algo positivo podemos sacar de la actual crisis es una mayor conciencia de nuestra extrema vulnerabilidad.

Esta mayor conciencia de nuestra debilidad nos debiera llevar a un mayor acercamiento a Dios y a los demás, con mucha humildad, de tal modo que sea la fuerza de Dios la que se muestra y se despliega precisamente a través de esa vulnerabilidad y así podremos decir con San Pablo esa frase que parece tan contradictoria: “cuando soy débil entonces soy fuerte”.

Nos preguntamos

·                    ¿Tengo conciencia de ser una persona débil, vulnerable o, por el contrario soy muy autosuficiente? ¿En qué lo noto?
·        ¿Estoy usando los medios que la Iglesia pone a mi disposición para fortalecerme en mi debilidad?
·        ¿Cómo podemos ayudarnos en nuestras Comunidades a reconocer, vivir y aceptarnos con nuestras debilidades, entre los laicos, entre los religiosos, religiosas, diáconos y sacerdotes y entre laicos y consagrados?

Textos bíblicos que nos pueden ayudar:

            2 Corintios 4, 5-12: “llevamos este tesoro en vasos de barro”
            2 Corintios 12, 7-10: debilidad y fortaleza del apóstol.




IV. LLAMADO A VIVIR LA  CARIDAD EN LA VERDAD.

El terremoto de febrero nos mostró, una vez más,  la importancia de revisar las grietas producidas y no contentarnos con maquillajes superficiales. La verdad nos hará libres como dice el Señor, por lo tanto, es importante enterarse, saber lo que sucede aunque sea doloroso. Ya no se puede ocultar lo que acontece y es bueno que sea así. La sociedad, nos exige transparencia y como miembros de la Iglesia  debemos dar cuenta de nuestro modo de proceder y de actuar, como en cualquier otro rol de servicio público. Debemos despertar de nuestros privilegios y actuaciones soterradas.


Tampoco podemos pensar que el amor a las personas que cometen delitos nos obliga a ocultar sus crímenes. Comentando el versículo 4 del salmo 23 “Tu vara y tu cayado me sosiegan”, el Santo Padre dice: “El uso de la vara puede ser un servicio de amor. Hoy vemos que no se trata de amor, cuando se toleran comportamientos indignos de la vida sacerdotal”[6]
                       
Deberíamos ser, pues, los primeros en denunciar cualquier  situación anómala producida en nuestras Comunidades y saber cómo nuestra Iglesia hoy está llevando estas situaciones. Además, atrevernos a contribuir o seguir trabajando  en la búsqueda de maneras adecuadas en estos temas en los espacios eclesiales que nos toca participar.

Sabemos que tendemos a generalizar cuando existen situaciones que afectan a cualquiera estructura social, más cuando son negativas. Así, podemos echar un manto de duda, de desconfianza con los sacerdotes y personal consagrado. Muchos sufren el error y el delito de pocos.  La integridad moral  ha sido afectada, cuestionada. Pero también, debemos saber precisar y acompañar a la gran mayoría del personal consagrado que ha sido desprestigiado injustamente por todo lo acontecido. También aquí el Señor nos llama a vivir en la verdad.

Con una mirada más tranquila debemos construir manera y formas de crecer como clero pero también que los laicos ayuden a esta importante labor. Desde el Concilio  sabemos que todos los bautizados somos parte del Pueblo de Dios, que tenemos una igualdad fundamental aunque diversos carismas y ministerios; que somos ante todo, como dice Jesús en el Evangelio, hermanos. El clericalismo, es decir, una valoración desmedida del sacerdocio tiene consecuencias nefastas: hace pensar a la Iglesia como una pirámide de poder, tiende a crear un sentimiento de superioridad en los sacerdotes y muchas veces los distancia o los aisla, infantiliza a los laicos y los hace dependientes del clero. En definitiva, el clericalismo desfigura el rostro de la Iglesia como comunidad de hermanos y hermanas, le quita eficacia apostólica y favorece la comisión de todo tipo de abusos. Vivamos en la verdad de lo que es la Iglesia, según lo definió el Concilio Vaticano II.

Nos preguntamos:
·       ¿Conocemos las Normas que tiene la Iglesia para proceder en los casos de abusos de menores?[7]
·       ¿No deberíamos pasar de una actitud “tipo caza de brujas” o ingenua a otra que prevenga los abusos, actué y proponga acciones en caso de que se cometan?
·       ¿Cómo ayudar a nuestros sacerdotes/personal consagrado a crear y recrear maneras sanas, fraternas, de comunicación y de relación, sobre en el trabajo con niños(as) y adolescentes?
Textos bíblicos
Mateo 18, 15-18: la corrección fraterna
1 Corintios 12, 12-21: formamos un solo cuerpo.
V. LLAMADO A LA SANTIDAD DE VIDA.

En definitiva, el principal llamado de Dios que resuena con fuerza en esta dolorosa situación que vivimos como Iglesia, es a la santidad. Antes del Concilio muchos pensaban que la santidad era algo propio y exclusivo de los sacerdotes, religiosos y religiosas. El mismo Concilio se encargó de clarificar este punto señalando que es un llamado a todos: “Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes 4,3)”[8].

Las semillas de santidad se depositan en nosotros  el día de nuestro bautismo y nuestra tarea es, personal y comunitariamente, ayudarnos a hacerlas crecer y madurar hasta que Cristo se forme en nosotros y podamos decir como San Pablo: “Ya no vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Al respecto dice el Concilio: “Los seguidores de Cristo, llamados y justificados en Cristo Nuestro Señor, no por sus propios méritos, sino por designio y gracia de él, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios”.[9]

Aparecida, en admirable sintonía con el Concilio, cuando reflexiona sobre la identidad del cristiano y lo define como “discípulo misionero”, titula el capítulo en que desarrolla este tema: “La Vocación de los discípulos misioneros a la santidad”. Une estrechamente discipulado, misión y santidad, al punto de afirmar que “la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo, y mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual”(DA 148).

Estamos pues llamados a la auténtica santidad cristiana que nunca nos repliega sobre nosotros mismos, sino que nos saca de nosotros mismos hacia los demás porque nos dejamos habitar por el Espíritu Santo que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Inundados por el amor de Dios, lo hacemos presente en medio de nuestro mundo herido, con una opción preferencial por los más pobres y sufrientes. En las actuales circunstancias, con una preocupación y atención especializada a las víctimas de los abusos sexuales.

Nos preguntamos:
  • ¿Estoy buscando la santidad de vida?
  • ¿Utilizo los medios de santificación que la Iglesia pone a mi disposición?

Textos bíblicos

1 Tesalonicenses 4, 1-8 – llamado a la santidad
1 Pedro 4, 12-19 –dichosos los que sufren por Cristo.




[1] Conferencia Episcopal de USA, “Charter for Protection of Children and young people”, preámbulo, 15/Junio/2002.
[2] Benedicto XVI, Homilía del 18 de septiembre de 2010.
[3] Benedicto XVI, “Carta a los católicos de Irlanda”,  párrafo 7
[4] Idem párrafo 12
[5] Respuestas del Santo Padre a los periodistas el 10 de mayo de 2010 en el avión a Portugal.
[6] Benedicto XVI, Homilía de Clausura del Año Sacerdotal, Plaza de San Pedro, viernes 11 de junio de 2010.
[7] Ver pág. Web de la Santa Sede: www.vatican.va; link: “Abusos contra menores: la respuesta de la Iglesia”
[8] Lumen Gentium, capítulo V, “Universal vocación a la santidad en la Iglesia”, n. 39
[9] Idem. N. 40.

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